Secretos
del París Literario
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En
uno de sus ensayos Italo Calvino escribió que en cuanto un lector
llega a París invariablemente tiene la sensación de llegar
a un sitio conocido. Aunque nunca haya estado en Francia, quien ha leído
a Dumas, Balzac o Malraux tendrá una imagen previa de los principales
cafés, calles, museos y lugares públicos, al grado que antes
que conocer, uno está recordando. Cuando uno visita la catedral
de Notre-Dame es porque antes pensó en Quasimodo (o para un lector
mexicano, en el suicidio de Antonieta Rivas Mercado); quien entra a los
cafés de la calle Soufflot quizá los haya conocido antes
en Ernest Hemingway y los curiosos que desafíen la suerte y se
aventuren a caminar por Pigalle o Picpus a altas horas de la noche es
porque quieren comprobar en qué medida son verídicas las
novelas policiales de Georges Simenon. Por otra parte, sugiere Calvino,
también es posible recorrer la ciudad como si se tratara de un
libro, examinando cada cine, librería, vinatería o mercado
como si fueran los tomos de una gigantesca enciclopedia. Así, entrar
a una tienda de discos o posters raros equivale a indagar en el capítulo
correspondiente.
Por
fortuna para los viajeros, algunos de los cafés y restaurantes
que eran frecuentados por los escritores más famosos continúan
abiertos desde hace siglos. Al visitarlos por curiosidad uno puede averiguar
qué tan estrecha era la calle a la que iban a comer los tres mosqueteros
o cómo eran los cafés a donde iba a tocar Boris Vian después
de la segunda guerra. De los que aún existen, el más antiguo
restaurant de París es Le Procope, fundado en 1686, ubicado
a sólo unos metros del Carrefour del Odeón. Se dice que
este clásico de la cocina francesa fue la cuna del Enciclopedismo,
además de haber sido el lugar favorito de Racine y Moliere, pero
también de La Fontaine (quien a pesar de frecuentar este sitio
elegante y refinado, dispuso, como un rasgo de humildad, que sus restos
descansaran no en un panteón particular, sino en una fosa común,
en el cementerio de los Santos Inocentes). Le Procope también
fue el lugar predilecto de Verlaine, pero no fue aquí donde éste
intentó matar a Rimbaud con dos tiros, después de una apasionada
relación. Sin embargo, las paredes están cubiertas por numerosos
espejos antiguos, donde se habrá reflejado Oscar Wilde. Los precios
relativamente accesibles de Le Procope no le niegan el servicio
a nadie, ni siquiera a Balzac, a quien los críticos nunca otorgaron
un puesto en la Academia Francesa.
Todo
indica que hasta el siglo XVIII los restaurantes franceses no eran como
los conocemos actualmente, sino mucho más elementales. Pero a raíz
de la Revolución Francesa muchos de los aristócratas se
vieron forzados a despedir a sus sirvientes, lo cual provocó que
numerosos cocineros buscaran otras maneras de sobrevivir. Es así
como se fundaron y popularizaron algunos de los restaurantes modernos,
que además de preparar alimentos son un espacio para discutir e
intercambiar ideas, así como un sitio de inspiración.
Entre
los restaurantes que sobreviven al siglo dieciocho está el Grand
Véfour, uno de los más caros de París, donde
Lamartine, Saint-Beuve y Victor Hugo, solían acudir en busca de
la especialidad de la casa: el cordero con judías blancas, una
receta que se ha conservado durante varias generaciones de cocineros.
Le Grand Véfour (frente al Sena, en el número 17
de la calle de Beaujolais) se pone de moda de manera cíclica: por
allí han pasado Colette, Jean Cocteau, el poeta-cineasta, André
Malraux, Louis Aragon o Jean Genet; y dada su elegancia podría
haber sido el lugar donde Simon de Beauvoir rechazó la petición
de matrimonio del descorazonado Jean-Paul Sartre, proponiéndole
en cambio un "pacto renovable".
Al
salón La Fontaine del carísimo restaurante Lapérouse
Georges Simenon llevó a cenar al comisario Maigret, y Proust, quien
temía no llegar a escribir mil cuartillas para En busca de tiempo
perdido (y que finalmente escribió tres mil), llevó
a cenar a Swan. Además, este restaurante, ubicado en la calle des
Grands-Augustins, en el barrio sexto, fue un espacio de discusión
para Emile Zolá, Guy de Maupassant, Alexandre Dumas padre y el
autor de Los Miserables.
También
en el barrio sexto, en el boulevard Saint-German des Prés, se encuentran
la Braserie Lipp y el café Deux Magots. Estos
dos sitios han sido un verdadero imán para distintos grupos de
intelectuales, de Saint-Exupéry a André Gide, y de los surrealistas
a Alberto Moravia. A solo unos pasos del Deux Magots, que fascinaba
a Borges, está el Café de Fiore, el lugar de tertulia
de Jean-Paul Sartre, el "Papa del existencialismo", y de grupos
que durante mucho tiempo despreciaron a otro cliente habitual, el poeta
Jacques Prevert, ya que consideraban que su poesía era "repugnante"
por el hecho de ser popular. En el Café dei Fiore cada año
se entrega el premio literario del mismo nombre, que ha distinguido entre
otros a Michel Houellebecq, mientras que en el Drouant (en el número
16 de la place Gaillon, igual o más caro que Le Grand Véfour)
se lleva a cabo anualmente el fallo del renombrado premio Goncourt.
Finalmente
hay que decir que también sobreviven tres restaurantes que fascinaron
a la bohemia parisina: La Coupole y el café Select
(donde no sólo se podía encontrar a los pintores de Montparnasse
sino a autores como Hemingway, Henry Miller, Ezra Pound y Gertude Stein),
a la vez que el Polidor, que si bien no aparece en Rayuela
(a pesar de que la Maga y Oliveira quizá hubieran podido permitirse
uno de sus menús) Cortázar lo menciona en un capítulo
de 62, modelo para armar. |
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